Se están aproximando fechas muy familiares. Los hogares se preparan con tradiciones como el árbol de Navidad, el Nacimiento (Belén), las calles se llenan de luces y la publicidad nos envuelve en deseos de felicidad. Una época que coincide con el fin de año, momentos para hacer balance de lo pasado y pensar propuestas para el 2020 alcanzar aquello que deseamos.
Deseos, pedir deseos, tener deseos, desear lo mejor a los demás… Desear un feliz año nuevo… Pero en el fondo, ¿cuál es nuestro mayor deseo?
El deseo de todo hombre y mujer es el de AMAR y SER AMADOS.
Con los más pequeños «unos de esos deseos» los escribimos en una carta a Papá Noel o a los Reyes Magos, según costumbres y creencias; sabiendo que sus ilusiones son el tesoro más preciado de estos pequeños. En las familias se busca el modo de cumplir esos deseos, llenando de alegría las casas cuando los hijos/as, nietos/as… descubren que lo que han pedido se hace realidad.
Los regalos son modos concretos de expresar el cariño, el afecto, la ilusión. Una alegría que se concreta en algo (un juguete, un perfume, unos patines…)
Lo más importante de un regalo es la persona:
– El amor de quien lo regala.
– Ser digno de ese amor (quien lo recibe). Darse cuenta de que es «amable», amado.
Esta Navidad en «mi carta de deseos», pondré que seamos capaces de descubrir la grandeza de lo que celebramos, capaces de compartirlo con quienes más queremos y de ofrecer nuestro amor a aquellas personas que más nos cuesta y son próximas a nosotros, ofreciendo y recibiendo el perdón.
El PERDÓN es el don perfecto. ¿Te animas a ofrecer este regalo en Navidad? ¿Te atreves a recibirlo?
Y en el ámbito material, de los sueños plasmados en lo concreto (una bicicleta, una tablet, la última novela de nuestra escritora favorita, etc) que seamos generosos con los demás y agradecidos con lo poco o mucho que recibamos.
¿Te atreves a soñar a lo grande? Los niños no tienen miedo a desear «grandes proyectos».
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